Son muchachos sumidos en el desconcierto y la desesperanza de sus propias tragedias. Sus vidas están manchadas de historias escabrosas, tragedias e incomprensión que los han arrastrado a ser vistos como un problema social. Su realidad se teje en las calles de barrios marginados de localidades como Ciudad Bolívar, Usme, Bosa, Suba o San Cristóbal; especialmente renombradas cuando se habla de pandillas juveniles.
Pero estos grupos también germinan en los barrios más exclusivos. Muchos de los que los conforman han acabado con la vida de sus mejores amigos, e incluso la de sus propios padrastros guiados por resentimientos, maltratos o tan solo por probar de qué son capaces.
Lo triste es que estos grupos normalmente están conformadas por niños que apenas comienzan a conocer el mundo, de ocho o diez años. Y también por niñas, que muchas veces terminan violadas por sus propios compañeros.
"La realidad de todo esto es la falta de oportunidades de educación, de trabajo y capacitación. Un muchacho sin oportunidades fácilmente integra la banda para lastimar a la comunidad y cae a veces en el alcoholismo o la drogadicción. Muchos operan atracando a las personas, dañando los bienes comunes o terminan como jíbaros vendiendo droga", afirma el padre Alirio López, quien lidera un proceso de desarme y reinserción social de jóvenes en Ciudad Bolívar desde hace cinco años.
Violencia irracional.
Tras de la delincuencia juvenil se esconden hogares con un alto índice de violencia intrafamiliar, padres separados y padrastros autoritarios que maltratan y expulsan a los hijos de su pareja. También, la falta de acceso a la educación, la drogadicción o el alcoholismo, y la motivación de individuos con una larga trayectoria delictiva. "Son jóvenes que han perdido el sentido de la autoridad, la disciplina, la responsabiliadad y que viven en un libertinaje que les lleva a la anarquía", añade el sacerdote.
Estos muchachos han visto desfilar ante sus ojos la violencia desde muy niños. Como Rodrigo, quien nació y creció en uno de los muchos barrios de Ciudad Bolívar y cuenta historias de algunos de sus amigos, ya muertos. De su historia mejor no habla, porque quiere olvidar. "Pero recuerdo a pelados como Javier que al comienzo anduvo en grupos satánicos. Hasta intentó suicidarse, pero un día una sardina se le apareció con una niña que era suya y empezó a trabajar por ella... pero sigue haciendo de las suyas .
"O Antonio, quien formaba parte de una pandilla y el día que cumplía 17 años se tomó unas cervezas para celebrar. Pero de pronto vio a una amiga entrar en un almacén de zapatos y fue detrás suyo para hablarle, con tan mala suerte que el propietario pensó que lo que iba era a robar y tras discutir fuertemente, sacó una escopeta y le disparó en el rostro. "Hoy está desfigurado y tiene muchos problemas sicológicos".
Sueñan con ser grandes.
A veces también son víctimas de grupos de limpieza social . Pero la violencia se ha ensañado con ellos desde niños, cuando los mayorcitos los esperaban a la salida del colegio para quitarles lo que llevaban, y por eso crecieron odiando y formaron sus propios grupos. "Es un cadena que se ha repetido por generaciones", asegura Rodrigo.
El fenómeno se ha generalizado. La investigación de Alonso Salazar, autor del libro No nacimos p a semilla, que aborda el problema, encontró que hay algo más de 200 pandillas en Bogotá, aclara Hugo Acero, subsecretario de seguridad ciudadana de la capital.
"En ciudades como Cali o Medellín, el nivel de delincuencia de estos grupos en algunos casos se relaciona con el narcotráfico, la subversión o el paramilitarismo, se volvieron muy fuertes, pero en Bogotá su presencia no es tan violenta, aunque el fenómeno de deterioro es alarmante en muchas localidades".
Por su parte, Gloria Elena Ríos, sicóloga especializada en adolescentes y con experiencia en instituciones dedicadas a la rehabilitación y reinserción social de jóvenes delincuentes cuenta que muchos no tienen otro ideal que una carrera delictiva ascendente. "Primero el grupo se reúne para robar en la tienda de la esquina, luego rompen los vidrios de una casa, y luego atracan, roban bancos... A medida que crecen, sus actos también son más graves".
Padres desentendidos y complacientes.
Lo cierto es que un pandillero siente que su grupo le brinda lo que muchas veces no ha encontrado en la sociedad o en su hogar. Se sienten aceptados y se vinculan a un grupo con el único ánimo de sentirse los más fuertes y se imponen retos con tal de ganar estatus.
Las familias muchas veces ignoran en qué están metidos y piensa que asiste al colegio, pero por lo general presentan fracaso escolar, tienen dificultades de aprendizaje y asisten a planteles con sistemas de enseñanza deficientes, donde constantemente se le tacha como lo peor .
Esto a la larga les da otro motivo para buscar un grupo que los valide, mienten en casa y el problema tiende a pasar desapercibido porque son hogares disfuncionales, muy violentos y con una falta de comunicación total.
Lo peor es que a veces cuentan con el conocimiento de sus padres. Incluso, muchos de ellos se dedican a lo mismo o los han visto llegar a casa con cosas que no les pertenecen o para las que normalmente no tendrían dinero, pero callan.
Por tanto, un joven con problemas de índole delincuencia no es fácil que pase desapercibido. La realidad es que es alguien a quien se ha dejado solo en muchos casos, incluso en la aplicación de la ley. "Se requiere que las penas contra los menores infractores sean más duras. Ellos no temen delinquir porque saben que no se les castigará con dureza", aseguran el padre Alirio López y Hugo Acero.
Su única alternativa de salida es que se les brinde la oportunidad de resocializarse a través de opciones de trabajo, se les involucre en acciones positivas para la comunidad y se les cambie la idea de que su parche es el único soporte afectivo con que cuentan.
Es una tarea que implica mucha más prevención, según los especialistas. Los padres no deben limitarse a mandarlos al colegio y recoger las notas, y desentenderse el resto del tiempo de sus hijos. Deben, sobre todo, empezar a verles como personas con múltiples posibilidades por desarrollar y no con una actitud punitiva ni agresiva. Necesitan tomarse tiempo para sentarse a dialogar con ellos. "La magia no existe si no se construye una relación armónica estable, de diálogo y confianza desde muy temprano", indica Isabel Cuadros, médica siquiatra y directora científica de la Asociación Afecto contra el Maltrato Infantil.
"Yo les digo lo siguiente a los jóvenes que pertenecen o piensan pertenecer a una pandilla: Piénsenlo bien. Esto sólo los puede conducir a tres lugares: un hospital, una cárcel o a la muerte", finaliza Rodrigo.
Lo que nunca se debe hacer.
La sicóloga de familia Annie Acevedo, en su libro La buena crianza,da doce reglas preparadas originalmente por el Departamento de Policía de Houston, Texas. Están planteadas en forma negativa para ayudar a ver más claramente la cruda realidad de cómo se forma un hijo delincuente. Son una buena reflexión:.
* Empezar por darle todo lo que pida desde muy temprana edad. Así crecerá pensando que la vida le debe todo a él.
* Reírse y celebrarle cuando diga sus primeras malas palabras. Esto le hará pensar que es ingenioso y le entusiasmará a usar otras peores cuando crezca.
* No hablarle de Dios nunca, ni de la vida espiritual, ni de religión, sino esperar hasta que tenga 21 años para que decida por sí mismo.
* Evitar usar con él las palabras "mal hecho" para que no se llene de sentimientos de culpa. Esto le hará crecer con la tendencia de creer que, cuando sea arrestado por robar, la vida está en contra suya y es perseguido injustamente .
* Recoger todo lo que deja botado, así se le evitan responsabilidades y él se las delegará a otros.
* Dejarle leer todo lo que caiga en sus manos. Muchos padres se preocupan por esterilizar los cubiertos y vasos, pero no por dejar que su mente se alimente de basura.
* Pelear con frecuencia delante suyo. Eso le asegura acabar con su propio hogar en el futuro.
* Darle todo el dinero que quiera y no dejarle ganarse nada por sí mismo.
* No privarlo de nada nunca para no crearle frustraciones.
* Apoyarlo incondicionalmente en contra de vecinos, profesores y otras figuras de autoridad.
* Disculparlo cada vez que se meta en problemas.
* Si todo esto es lo que usted hace, prepárese para que tanto su hijo como usted sean muy desdichados.
Formas de prevenir.
* Los muchachos vinculados con grupos o actividades delictivas pueden detectarse porque repentinamente se pierden cosas de la casa, llegan muy tarde a diario, o con objetos que no podrían comprar, como una bicicleta, una moto. Tienen que ponérsele límites de inmediato.
* Se debe buscar un acercamiento cordial y comprensivo, dentro del mejor clima de afecto y ganarse su confianza sin perder credibilidad frente a ellos.
* Luego de que un muchacho ha pasado por un episodio de estos, hablarle del pasado le lastima mucho. Lo importante es no preguntar cosas que ellos no quieran decir, sino hacerles saber que se tiene conocimiento que tienen un problema y se les quiere ayudar.
* Es necesario trabajar en cada comunidad para impulsar programas sociales de generación de empleo.
* Padres de familia, profesores y alumnos deben conformar una comunidad educativa fuerte que saque el problema de violencia de colegios y hogares.
* Es imprescindible que los padres conozcan las amistades de sus hijos y los sitios que frecuentan.